Nos encontramos hoy aquí para recordar a Eduardo (no porque no lo hagamos ya, de manera individual, muy a menudo) sino porque es bueno hacerlo juntos, para compartir nuestros recuerdos y nuestro dolor. Y es además muy adecuado hacerlo en este lugar tan especial, dedicado -mejor aún, consagrado- a la meditación sobre asuntos que van más allá de la vida cotidiana. Churchill era el College de Edu y esta capilla se encuentra a apenas
Cada uno de nosotros conocía a Edu de una manera diferente. Yo fui su directora de tesis y su colaboradora durante mucho tiempo y por eso, tenía una relación bastante diferente a la de la mayoría de los que estáis hoy aquí. Hay partes completas de su vida de las que sé muy poco. Y aún así siento que lo conocía muy bien. Quizás no sea tan sorprendente: los contactos diarios con un director de tesis, la necesidad de afrontar problemas juntos con un espíritu realista y sólido… todo eso te dice mucho de cómo es realmente una persona, llevándote mucho más allá de lo que puede esconderse en la mera interacción social. Lo que más me impresiona, leyendo los testimonios de sus muchos amigos, recogidos en su blog de manera tan conmovedora, es que el Eduardo que yo conocía en el contexto académico sea tan reconocible en la persona que describen sus amigos con tanta admiración, respeto y cariño.
Si insisto en sus valores humanos aquí no es, de ninguna manera, para sugerir que no fue un estudiante y científico de excelencia. Todo lo contrario. Edu supo convertirse rápidamente en un numericista de primer orden y su trabajo en formación de estrellas múltiples está aún vigente. (Además tenía un dominio del inglés escrito que avergonzaría a sus contemporáneos británicos - una observación, quizás, debida al sistema de educación español, o quizás debida solo a Eduardo).
Aunque Eduardo probablemente obtuvo más citas científicas durante su doctorado que ningún otro de mis doctorandos, la importancia de una vida no se mide en citas y por eso vuelvo a lo que uno podía percibir sobre Eduardo como persona en las interacciones científicas. A pesar de su capacidad, Eduardo era muy modesto, con una modestia sincera y una buena disposición a escuchar. Era siempre gentil y cortés, capaz de reflexionar sobre un consejo y de articular sus propias opiniones. Emanaba una especie de integridad intelectual y personal que imponía respeto. Y aunque era muy serio en su trabajo, había también un chispeo humorístico no demasiado escondido, que uno podía provocar fácilmente.
Creo que Eduardo pasó una época maravillosa en Cambridge y claramente, además de sus actividades astronómicas, disfrutó de una vida social multicultural muy plena. Encontró en Estocolmo un lugar mucho más duro en todos los aspectos (me contaba su experiencia como un gradiente de calidez personal a través de Europa, desde su Tenerife natal, pasando por Cambridge y luego Suecia…). Aunque mucho más aislado, aceptó su nueva situación con estoicismo y con la determinación de sacarle el máximo provecho.
Cuando se acercaba el final de su estancia en Estocolmo, Eduardo debía buscar algún otro postdoc en Europa o Norteamérica. Y entonces me sorprendió diciéndome que había decidido no seguir ese camino sino volver, por razones personales, a Tenerife. Quizás, me dijo, pudiera obtener un postdoc en el IAC (Instituto de Astrofísica de Canarias). Le garantice que ese era una estrategia muy peligrosa en astronomía: decidirse por un lugar e intentar encontrar un trabajo de manera local. Y le dije que el sistema académico era increíblemente intolerante con lo que podía percibirse como un excéntrico cambio en la propia carrera. Me impresionó la respuesta de Eduardo. Era consciente de todo eso, me dijo, pero –con la plena aceptación de los riesgos- eso era precisamente lo que sentía que tenía que hacer. En ese caso, le dije, le apoyaría sin duda con todas mis fuerzas. Pensándolo ahora, esa era su característica manera de comportarse: Eduardo evaluaba cuidadosamente la situación, tomaba una decisión e iba a por ella. Todos sabemos que no era de las personas que toman riesgos gratuitos –y que la terrible conspiración de factores que causaron su muerte no puede en ningún caso atribuirse a una temeridad suya – y sin embargo, cuando era necesario, Eduardo tenía todo el coraje necesario para asumir riesgos cuando era importante.
No fue tan fácil su vuelta a Tenerife sin trabajo, ya que tenía que hacer su investigación acampando literalmente en el IAC (y esto era simplemente debido a una cuestión de recursos del IAC, donde era difícil sostener los requisitos computacionales tan intensivos que el trabajo de Eduardo requería, careciendo de un contrato allí). Aceptó esto de buena gana con su actitud pragmática e hizo lo que pudo (que en realidad fue mucho: algunas simulaciones hidrodinámicas de formación de estrellas binarias muy interesantes las llevó a cabo durante este periodo). Y entonces, gran alegría, consiguió su contrato de postdoc en el IAC. No era solo la tan deseada vuelta a la carrera académica, sino que lo más importante es que era un contrato excelente, que combinaba la oportunidad de trabajar en nuevos proyectos con la libertad de poder llevar a cabo su propia investigación.
Es un pensamiento agridulce que los últimos meses de Eduardo fueran probablemente los más felices y plenos de su vida. Tenía todo lo que había soñado, de vuelta en Tenerife, cerca de su familia, nuevas oportunidades para seguir en la astrofísica…. Amargo porque no podemos dejar de pensar “Ojalá…” y dulce porque creo que si cualquiera de nosotros tuviera un destino tan aleatorio y fatídico como el de Eduardo, nos gustaría irnos en lo más alto, en el momento de estar viviendo la vida al máximo. Eduardo nos deja tanto… mucho más que el legado científico que sus colaboradores estamos completando y publicando en su nombre. De parte de todos los que estamos aquí, nuestro reconocimiento Eduardo, científico y persona. ¡Nuestro eterno recuerdo!
El artículo en el astro-ph en homenaje a
Eduardo (en inglés).
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