John Rawlinson, el párroco, nos esperaba a la puerta de la capilla.
Algunos amigos estaban ya dentro. Otros como Suzanne, Tom y Andy esperaban bajo el gran árbol de camino a la iglesia. Llovía suavemente y las praderas del Churchill College estaban más verdes que nunca. Los mismos campos que habían visto tantas veces a Eduardo jugando al fútbol con nosotros.
Carmita y Antonio se quedaban esos días en un apartamento en el College justo en frente de la capilla. Lola, Simon y yo acabábamos de recogerlos en la puerta de su estancia y caminábamos juntos por la vereda que atraviesa el césped para atender a la misa por su hijo. Yo llevaba a Carmita del brazo, y el paraguas del otro. Carmita iba muy elegante, como muchas veces la he visto en Tenerife.
Antonio y Lola iban detrás nuestro y creo que ellos también vieron las caras de bienvenida de los muchos amigos que nos esperaban bajo el gran árbol. Algunos tenían suaves sonrisas, otros estaban demasiado tristes para hablar. Me acuerdo en particular de la intensa expresión en la cara de Andy. Parecía como si quisiera encontrar las palabras para los padres de Eduardo, palabras de consuelo, pero ninguna salía de sus labios. Y además ¿acaso eran suficientes unas palabras en ingles? Creo que esperaba que su presencia fuera más elocuente que un discurso en cualquier idioma. En realidad, creo que todos y cada uno de nosotros pensaba lo mismo.
Palabras... las palabras pueden ser embarazosas, inadecuadas, insuficientes y banales ante semejante tragedia evidente, ante la muerte irreversible. Pero las palabras que íbamos a escuchar poseían el supremo poder del consuelo.
Al cruzar la puerta entramos en la luz tamizada de los ventanales que iluminaban la capilla. No había estado nunca dentro de la capilla de mi College. Los bancos estaban colocados formando dos semicírculos a derecha e izquierda del altar que se encontraba justo al lado opuesto de los ventanales. Esos grandes ventanales daban directamente al verde de los prados y los árboles y parecían formar parte de la capilla en una extensión de terciopelo verde luminoso. La música de órgano llenaba el lugar.
Caminábamos ahora con Carmita y Antonio hacia los bancos delanteros justo frente a la entrada. Lola se sentó a su lado para poder ir traduciendo al castellano la mayor parte de la ceremonia. Yo me senté detrás, al lado de Cathie. Sentados en nuestro semicírculo de bancos estaban Max y Elena T. Sonreí para mis adentros al verles. Su presencia y la de Cathie confirmaban que ser un estudiante en el IoA (Instituto de Astronomía de Cambridge) es mucho más que un trabajo temporal. Es una afiliación permanente. El IoA es un lugar donde uno se siente siempre bienvenido, y aquí están ellos dándole la bienvenida a Eduardo en ésta su última visita. Una profunda tristeza repentina me embargo, pero la presencia de Lola, Simon, Daniel, Mike, Ángeles, y en los bancos opuestos Suzanne, Tom, Andy, la familia de Candelaria, Aleida, Arantxa, Gianpaolo, Stavroula, Meg, Karl, Barbara, Arnaud y también el pequeño Giorgio, acallaron el inminente llanto en mi garganta.
“No es un día para llorar por la muerte sino para celebrar una vida”, era el mensaje de las muchas lecturas que íbamos a escuchar.
La ceremonia comenzó y el párroco nos guió sabiamente por ella gracias a las palabras de los poetas. Me pareció muy delicado que eligiera utilizar precisamente pensamientos y experiencias humanas sobre la muerte. ”Si tengo que irme antes que vosotros” ...“Por mi bien, vuelve de nuevo a la vida y sonríe” “Completa esas queridas tareas mías que no completé, Y yo quizás pueda con ello consolarte.” ¿tareas incompletas de Edu? ”reconforta los corazones más débiles que el tuyo”. Sí, pero ¡menudo desafío nos dejas, Edu! Reconfortar corazones débiles con tu esplendido sentido del humor natural...“Ni cuando me haya ido, susurréis en voz de Domingo, Sed los mismos igual a los que conocí.”... ” Pero la vida sigue, seguid también cantando..” Y cantamos... y ¿qué me está pasando?, ¿por qué estoy sonriendo? “¡deja de sonreír!” -pensé. Pero no podía dejar de imaginar ¡qué diría Eduardo oyendo nuestro desafinado canto de “Jerusalén”! ” ¿Y fue visto el Cordero del Señor en los placenteros pastos de Inglaterra? ¿Y brilló el semblante divino sobre nuestras nubladas colinas?” Estaba convencida de que Edu dulcemente se reía de nosotros con esa media sonrisa tan suya (¡tan parecida a la de su padre!), seguro que estaría haciéndonos notar “Sabéis, Jesús era un tío inteligente y dudo mucho que nunca hubiera cambiado la soleada Palestina por la lluviosa Inglaterra.” Sí, el tiempo no era lo que más apreciaba de Cambridge... ”Querida Ale, Tienes razón, la muerte es algo tan difícil de aceptar”. Pero Eduardo nos hablaba ahora a nosotros: la magia de la escritura que guarda para siempre nuestra voz. El párroco leía una carta que Edu le escribió a Aleida, a la muerte de su tío. En Tenerife había leído el original en castellano y ahora tenía la misma sensación de que Edu dirigía sus palabras a mí, a todos los que la muerte repentina nos dejó perplejos y no podemos aceptarlo, a cualquiera de los que lo echan de menos. Hoy él es el único que, sin ninguna retórica, puede hablarnos sobre la muerte y ayudarnos a afrontar su ausencia. “Querida Ale, Tienes razón, la muerte es algo tan difícil de aceptar, probablemente es algo que uno no llega a entender del todo nunca.”... “Igualmente el sufrimiento. Lo siento tanto Ale, que tengas que pasar por todo esto.” Sé, Edu, que no te gustaría ser, en ningún caso, una fuente de sufrimiento. No te gustaría verte a ti mismo como un triste recuerdo en la vida de nadie, ¿verdad? “Llegué a la conclusión de que la única forma de dar sentido a la muerte es pensar que los que mueren siguen vivos en sus seres queridos.” Y dirigiéndose a todos, pero yo diría que especialmente a sus padres, nos urgía “La vida no es solo sufrimiento, también hay felicidad, y tú tienes todo el derecho a conseguirla. No dejes de luchar por ello, no dejes de luchar por ti y por los que quieres, pero no luches contra ti misma.” Es bastante claro, Edu, intentaré no ponerte en la incomoda posición de ser la cause de mis lágrimas. Tú puedes hablarme de la muerte, sabes cómo es, pero nosotros tenemos que pensar en la vida. Nuestra vida, porque tu muerte es parte de ella y tenemos que aprender a afrontarlo. Y tu vida, porque “a la larga son los aspectos mas hermosos de la persona los que quedan en nuestro recuerdo, las razones por las que vivieron y los sueños por los que lucharon.”
Pero Cathie no lo ha olvidado. Desde poco después de tu muerte ella ha sabido poner siempre el acento en tus logros, cuando yo aún intentaba comprender tu muerte. Sin leer, solo mirándonos a todos y hablando en una voz suave, Cathie nos contaba la historia de “el Eduardo” que ella conoció. Sobretodo, su búsqueda de la felicidad. Edu supo identificar lo que era realmente importante para él, lo que le hacía feliz. Y eso, como todos sabéis, puede ser extremadamente desafiante. Pero él no solo entendió el camino que debía tomar, sino que lo tomó. Se arriesgó para poder conseguir llegar a ser lo que él quería. Puede ser muy cansado sentirse siempre “un extranjero”. Sobre todo cuando vienes de un país con una gran calidad de vida. Lo que, como he aprendido muy bien, no es lo mismo que un “país rico”. Edu sentía un enorme deseo de volver a casa y disfrutar de su trabajo en el lugar donde mejor podría hacerlo. Finalmente consiguió, después de mucho tiempo, disfrutar del lugar en el que vivía. Cathie no lo dijo, pero yo sé que Edu le estaba muy agradecido por todo su apoyo en la difícil elección de volver a Tenerife y por haberle brindado la oportunidad de visitar Cambridge y continuar manteniendo el nivel internacional de su trabajo. Ella destacaba la determinación de Edu de encontrar la felicidad, a pesar de las reglas académicas de “aspirar al mejor centro”. Cathie nos transmitía que Edu murió habiendo conseguido finalmente lo que realmente quería y justo cuando estaba haciendo lo que quería. Eso es, sin duda, un privilegio y así Cathie decía que ojala cuando muramos pueda decirse lo mismo de nosotros.
Definitivamente me sentía bien allí, escuchando todas estas palabras. Pero había más gente que quiso de verdad haber estado allí con nosotros y no pudieron, y por eso leí una lista con los nombres de aquellos que explícitamente me habían pedido que transmitiera sus condolencias a los padres de Edu. Y leí además el mensaje de Giuseppe. Y es por ellos que ahora os estoy relatando la misa de Edu. Pero también para todos los que estuvimos allí.
Y para todos nosotros, Carmita y Antonio tuvieron unas palabras de gratitud, que leyó Simon. Él y Lola estuvieron hasta las tres de la madrugada de la noche anterior para traducir esas palabras del castellano al inglés, y ahora Simon encontraba fuerzas para leerlas. Me siento en deuda con Simon por todo lo que nos dio durante esos días.
La carta de Carmita y Antonio también describía a “su hijo Eduardo”, recordando su lucha para dominar su ansiedad. Nadie la había mencionado antes durante la ceremonia. Y yo sé por qué: Edu nunca permitió que su estado emocional lo definiera. “Hola, soy Eduardo y sufro de ansiedad”... ¡semejante escena es simplemente imposible de imaginar! (Puedo oír las risas de Edu de solo pensarlo...) Pero él no lo escondía. Era extremadamente respetuoso con los problemas ajenos, y nunca pensaba que sus propios problemas eran más grandes que los de los demás. Eso le convertía en la persona que mejor sabía escuchar.
“Desesperado, le busco
por todos los rincones de mi cuarto,
pero no lo encuentro”
Ahora el padre Rawlinson leía a Rabindranath Tagore. La muerte nos lleva “Al Borde de
¡Sumerge mi vida vacía en ese mar!
¡Húndela en la más profunda plenitud!
¡Haz que sienta, por una vez, la dulce caricia perdida
en la totalidad del universo!
Y si la música es un océano profundo que nos envuelve a todos, donde las olas pueden llevarse nuestras penas, la plegaria de Tagore fue inmediatamente respondida. El violín de Mike nos transportaba con dulzura y también con determinación. Suite para violonchelo solo de J.S. Bach. La música llenaba la pequeña capilla y Mike nos hablaba con algunas de las palabras de mayor consuelo que habíamos escuchado.
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